martes, 14 de octubre de 2008

De mí (lo que ves es lo que hay)


Soy modelo 85, podría ser una coupé Fuego.
Soy típicamente mente pueblerina y un bicho de ciudad al mismo tiempo.
Si fuese un libro, tendría las tapas duras, mala encuadernación, las hojas finitas, casi transparentes, y las palabras amontonadas y sencillas. En lo único que soy constante es en mi inconstancia.

Mi abuela decía que yo tenía la cabeza dura, el corazón tierno y los ligamentos blandos -yo vivía y vivo torciéndome los tobillos, por lo tanto, todo mi cuerpo al ras de suelo-. Mi abuela murió cuando yo tenía tres años, pero mi madre dice que esa descripción todavía vale.
Sufro constantemente de falta de confianza en mí misma. Tengo, por suerte, amigos que confían en mi más que yo.
Tengo una timidez galopante disfrazada de mal humor y cara de perro. Me lastima que me mientan diciéndome que me dicen la verdad. No muestro cuando me tajean adentro. Al dolor también lo disfrazo de mal humor o de indiferencia hacia lo que me hicieron. El enojo no me dura mucho, pero siempre me queda alguna cicatriz. Me tomo demasiado en serio las cosas que dicen algunos pelafustanes y me frustro en exceso. Mis amigos se encargan de argumentar en contra de esas cosas y se vuelve a equilibrar la balanza.
Tengo la letra y el pelo despeinado. Mis pecas, mi prosa, las ideas, los sentimientos y mi cuarto están desordenados. Soy nómade, en contra de mi voluntad y por decisión de la Reina Madre ("mi vieja", digo en el barrio), que me echó a rodar y a rodar por la vida. Tengo cierta parte de mí que desconozco y no puedo domesticar.
Me enternecen los chiquitos cuando juegan y se ríen a carcajadas. Me da bronca la injusticia, pero no hago mucho al respecto. Me gusta la política, mas no los políticos.
La última vez que amé hasta que me dolió incluso la última célula del dedo más chico del pie fue a los 18 años. Espero tropezar otra vez con la misma piedra, pero no caerme.
Generalmente me relaciono con tipos medio trastornados, elegidos por catálogo. Me comprometo con cosas que sé, no pueden durar demasiado. Sufro por eso, pero me imagino que es una buena forma de esquivarle a eso que llaman "sentar cabeza".
Vivo en una casa poblada por notas musicales desordenadas. Y, aunque intente ordenarlas, mi paciencia va a desistir en cualquier momento para acompañar a mi inconstancia. Mi ropero está lleno de cajas embaladas con libros, que esperan la próxima mudanza.
No creo en la fidelidad, pero nunca fui infiel. Sí en la lealtad y trato de practicarla.
Creo que Dios existe, pero no sé cómo es. También creo que no es como me aseguraron que era en el colegio de monjas al que iba.
Soy fosforito, me enojo una barbaridad en un segundo y al rato me apago. Cuando trato mal a alguien, me siento pésima y termino por enojarme más, pero conmigo misma.
Soy un poco chueca y me gusta mirar hacia arriba cuando camino, aunque no veo mucho porque no uso mis anteojos.

Soy, en palabras de Sabina, "tan joven y tan vieja"...

Algunos adultos me dijeron que tengo problemas con la autoridad. Yo digo que al respeto una/o no se lo gana por los años o por un cargo, sino por lo que uno es como persona, independientemente de la edad, el color, la jerarquía y demás etiquetas que se le pegan a las personas en la frente o en el disfraz que llevan. Lo demás es miedo, cumplimiento de reglas y, en algunos casos, inteligencia de la que yo carezco habitualmente.

Hace poco un estudiante de Comunicación Social de 22 años, de la Unsta, me dijo que era zurdita por decir que no todos los bolivianos son ladrones. Después me dijo que él es de la línea de Fuerza Republicana, porque así lo criaron en su casa. No hice más comentarios. Otro señor, un cincuentón, me dijo que soy hippie por cómo me visto, pero no practico ni el amor libre, ni vivo en comunidad, ni cultivo plantitas verdes-de momento, por lo menos-. La ropa de bambula o de telas livianas y sueltas simplemente me gusta porque es cómoda y fresca.

Soy una de las personas más paranoicas que conozco. Me persigo por cualquier cosa y hay días en los que creo que es el mundo contra mi. Ni hablar de cuando salgo de noche o de cuando tengo que cruzar la peatonal y los canas me miran de reojo. Pienso que me van a detener por portación de cara o algo así; igual ahora la piloteo un poco mejor que hace un tiempo.

Me gusta ver por la ventana cuando llueve. Los días grises me invaden de una melancolía que se parece un poco a la resignación, pero que está mejor escrita.Tengo la vida llena de ausencias de gente que quiero o quise, pero pinto esos espacios con anécdotas o recuerdos que hacen bien. Las tormentas de verano me encantan para chapotear y jugar, ensuciar a mis amigos y embarrar las zapatillas como cuando era chica. De más grande entendí que mientras yo juego bajo un aguacero violento, hay gente que pierde todo lo que tiene. Conclusión: las tormentas me producen contradicciones. Odio pisar baldosas flojas después de que ha llovido.

Tengo unas ojeras y una palidez que el sol de Tucumán no puede dorar -sólo enrojecer- y que contrastan con mis rulos indómitos y casi negros.

Mis recuerdos andan sueltos y juegan por mis días. A veces me rescatan cuando voy entre la muchedumbre y me llevan hasta mi casa sin renegar por el amontonamiento. Después, los domingos, me cobran cuando aparecen para hacerme llorar. Me gusta que sea así y que no estén enfrascados bajo llave en algún lugar de mi cabecita -a veces maliciosa y traviesa.

No sé decirle a la gente que la quiero o que la necesito. Me da vergüenza que me vean llorar, sobre todo los hombres.
Soy el tipo de personas que no da un beso en el cachete, sino que pone la mejilla. Igual, me encanta besar, pero soy cobarde.

Reniego de Tucumán a veces y muchos quieren que me vaya. No puedo imaginarme lejos, ni en distancia de tiempo ni de espacio.

Soy una persona muy colgada y me agarran periodos de mutismo; de golpe me quedo callada y no hablo más. Cuando estoy así, probablemente estoy pensando en alguna canción de Charly, de Pink Floyd, de Sumo; o me estoy dando manija con algo que dijo o hizo alguien (o en lo que alguien no dijo o hizo) , pero que a mí no me quedó muy claro y me martiriza porque podría ser algo grave; también puedo estar simplemente colgada, distraída y sin ganas de hablar. Eso me pasa desde chiquita, porque todavía me acuerdo de que a mi vieja le molestaba que me quedara muda y siempre me decía: " ¿en qué pensás? Una moneda por lo que estás pensando". Podría haber aprovechado para hacer negocio...

Soy responsable con las cosas que tengo que hacer para otras personas, pero dejada para las cosas que son para mi.

Quiero ser periodista cuando sea -más-grande, pero me dijeron que no lo soy y que hay muchas probabilidades de que no lo sea jamás. Igual disfruto de mi trabajo -que no es de periodista- y aprendo todos los días, pero no por el trabajo en sí, sino por la gente con la que estoy.
Tengo ganas de decir "agarrate de mi mano, que tengo miedo del futuro" o "trepate a esta ternura de locos que hay en mí", pero no encuentro al fulano.

Me da pánico mostrar lo que soy. No es cuestión de andar repartiendo por la vida un mapa con las sensibilidades de una, marcadas prolijamente con una "x". (La prolijidad nunca fue mi fuerte).
Cuando me preguntan qué soy, no sé qué contestar.

1 comentario:

Planeta Lilliput dijo...

Es ud. una de las personas más valiosas que he tenido la suerte de encontrar. ¿Se lo he dicho? Seguramente. Un saludo de una Lilliputiense desocupada (por el momento).